Las respuestas a los desafios
Las comunidades participantes —especialmente mujeres rurales, jóvenes y víctimas del conflicto armado— desarrollaron diversas estrategias para enfrentar las múltiples crisis derivadas de la pandemia, el conflicto armado y la exclusión socioeconómica persistente.
Entre estas acciones se destacan la revalorización de saberes, como la medicina tradicional; la creación de espacios de cuidado colectivo; el uso de narrativas orales y artísticas para procesar el duelo y la violencia; y la construcción de una huerta comunitaria como espacio de seguridad alimentaria y encuentro.
Estas iniciativas fortalecieron vínculos, recuperaron memorias y generaron respuestas colectivas desde la dignidad y la organización comunitaria.
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Durante la pandemia, las mujeres asumieron múltiples responsabilidades de cuidado, no solo con sus familias inmediatas, sino también con adultos mayores, vecinas y personas en situación de vulnerabilidad, muchas veces a costa de su propia salud física y emocional.
Ante la sobrecarga, el aislamiento y la falta de reconocimiento institucional, recurrieron a saberes tradicionales y a prácticas comunitarias de sanación, como el uso de plantas medicinales y la resignificación de la huerta como espacio de cuidado, conexión y resistencia. Estas acciones reconfiguraron el cuidado como una práctica colectiva y política, y fortalecieron redes afectivas y comunitarias que perduran más allá de la crisis.
Las acciones de cuidado colectivo incluyeron acompañamiento a otras mujeres, actividades de contención emocional y el sostenimiento de espacios organizativos.
A través de sus liderazgos, las mujeres promovieron formas de cuidado no institucionalizadas que reforzaron la cohesión social, asumiendo un rol central en la reconstrucción comunitaria.
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Frente al aislamiento y la precariedad, las comunidades activaron redes informales de cuidado y solidaridad, compartiendo alimentos. Se intensificaron prácticas tradicionales de intercambio, trueque y apoyo alimentario entre familias y vecinos, garantizando mínimos vitales ante la falta de acceso al mercado o al apoyo estatal.
El proyecto propició juntanzas entre mujeres, jóvenes y víctimas del conflicto armado, generando vínculos de confianza, cuidado mutuo y colaboración intergeneracional.
Se crearon espacios horizontales de encuentro, escucha y co-creación, que permitieron que los participantes se vieran como sujetos activos del cambio y no solo como receptores de ayuda.
La formación política y organizativa fortaleció la capacidad de las organizaciones para participar en espacios institucionales como mesas municipales de víctimas, comités de mujeres y consejos territoriales de paz.
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Ante la desconfianza hacia el sistema de salud y la limitada cobertura institucional, muchas mujeres y familias recurrieron al uso de plantas medicinales y saberes tradicionales para prevenir y tratar enfermedades. Se fortaleció el interés por recuperar conocimientos y prácticas campesinas y ancestrales.
En la vereda La Estrella, del municipio de Florencia, las mujeres impulsaron la creación de una huerta comunitaria como parte de su proceso de recuperación y proyección organizativa. Más que una estrategia para garantizar el acceso directo a alimentos, la huerta se enfocó en el cultivo de plantas medicinales, combinando saberes tradicionales con una visión de autonomía económica a través de su futura comercialización local. El espacio se convirtió en un lugar de encuentro y aprendizaje colectivo sobre prácticas de sanación, uso de remedios caseros y transmisión intergeneracional de conocimientos.
Paralelamente, a lo largo del proyecto se evidenciaron múltiples formas de apoyo alimentario entre comunidades rurales, a través de intercambios solidarios, trueques y ayuda mutua entre familias. Estas prácticas, basadas en relaciones de reciprocidad y cuidado comunitario, jugaron un papel clave durante los momentos más críticos de la pandemia, fortaleciendo los lazos sociales y reafirmando el valor de las economías campesinas y de las redes de sostén que existen más allá del mercado y de la asistencia institucional.
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Se implementaron metodologías artísticas y performativas como el teatro imagen, la cartografía corporal, la corpodanza, los murales comunitarios, y el tejido colectivo de una colcha de retazos.
Las comunidades crearon documentales, narrativas gráficas, y fotogalerías como formas de memoria colectiva y visibilización de sus historias.
Actividades culturales como cantos, tejidos, bailes, como, por ejemplo, la producción del corto documental “Una danza por la paz” ayudaron a fortalecer la identidad comunitaria y a resignificar el dolor a través de la creación simbólica.
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El proyecto fortaleció vínculos estratégicos con instituciones públicas, universidades y organizaciones de la sociedad civil a nivel local, nacional e internacional. Las comunidades participaron en mesas de diálogo, consejos municipales, ferias y foros públicos, ampliando su capacidad de incidencia. Además, se elaboraron y entregaron recomendaciones de política pública sobre recuperación en Marquetalia y Florencia. Estas recomendaciones integran las voces de las comunidades en el diseño de respuestas más justas e inclusivas. La articulación con investigadores de Brasil, Perú y el Reino Unido permitió también un análisis comparado y la producción conjunta de conocimiento, fortaleciendo redes de colaboración Sur-Sur e internacional.